Todo empezó con una increíble, majestuosa e inolvidable amistad.
Yo era feliz; él parecía estarlo.
Yo lo escuchaba siempre; él parecía compartir un tiempo agradable.
Yo lo miraba; él me respondía con una dulce sonrisa que más tarde se perdería.
Se cambió de instituto. Al hacerlo su vida dio un giro de 360 grados. Era inimaginable, no me podía creer lo que mis ojos veían. Estaba perdido, perdido en un mundo que solamente compartía con sus falsos amigos.
Aún recuerdo aquel día en el que me llevó a la montaña y, cariñosamente, me regaló una rosa. Aún recuerdo aquellos momentos que pasábamos en el banco del mirador. Aún recuerdo cuando salíamos a pasear por la montaña sin tener noción clara del tiempo, porque para entonces no importaba. Y aún me queda el anhelo de todos esos sucesos. Ya no escucho su voz; ya no lo veo.
¿Y qué hago yo aquí? Ver cómo evoluciona, observar. Si cambia, volveremos. Si sigue así, seguiré esperando. Esperaré noche y día, estación tras estación, hasta que vuelva a sentir su mirada penetrante, su humor bonito y su manera de querer.
No hay otro chico con ese corazón, no se puede sustituir. ¿Un amor platónico? Quién sabe, pero yo creo que con empeño, aprecio y ganas todo es posible.
Nunca le diré lo que siento por él; escribo lo que siento pero no digo lo que escribo. ¿Cobarde? Puede, pero yo defino esta sensación como fruto de una dulce amistad. Dicen que se vive del presente y del futuro, pero yo sigo viviendo del pasado.
Beatriz Palomares
4t d’ESO
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